lunes, 14 de junio de 2010

La Guerra del Pacífico IX: Midway (II), el resultado.

Pasó el tiempo y los aviones de reconocimiento japoneses se alejaron más y más sin notificar que hubieran encontrado nada. Como los ataques de la aviación terrestre de Midway no cesaban, el almirante Nagumo ordenó finalmente que se prepararan sus aviones para atacar de nuevo al aeropuerto. Entonces, cuando ya casi estaban listos, un avión de reconocimiento que había salido más tarde por una avería en su equipo de radio notificó que había contactado con la flota americana. Se encontraba al norte y demasiado cerca. Nagumo canceló el ataque a la base y mandó sustituir las bombas terrestres por armamento naval (Bombas antiblindaje y torpedos).

Un portaaviones japonés maniobra para evitar las bombas de los B-17 de Midway

Al cabo de unas horas los aviones estuvieron de nuevo preparados. Con las pistas de aquellos enormes portaaviones abarrotadas de majestuosos ZEROs, KATEs y VALs armados hasta
los dientes se presentó la aviación de la flota americana. Por lo visto habían localizado a los japoneses hacía rato, pero sus bombarderos llevaban horas dando vueltas tratando de encontrarlos de nuevo (El problema de localizar una flota es que, cuando llega tu ataque varias horas más tarde, ya no está donde la habías visto por primera vez).

Se entabló una furiosa batalla aérea. Los atacantes llegaban en pequeñas oleadas que la eficaz defensa de los cazas y antiaéreos japoneses lograba abatir una tras otra. Finalmente, cuando los cazas acababan de enfrentarse a un grupo de torpederos y por eso volaban bajo, apareció en lo alto un grupo bombarderos en picado. Antes de que los cazas consiguieren remontar, los bombarderos picaron contra los portaaviones y soltaron sus bombas. Consiguieron pocos impactos, pero fueron suficientes: cada explosión en la pista de los portaviones provocó un estallido en cadena a los aparatos  allí estacionados, que al estar cargados de bombas y combustile desataron un torbellino de fuego sobre los buques. En veinte minutos tres de los cuatro portaaviones japoneses se habían hundido: El Akagi, el Kaga y el Soryu (Nota: En japonés son nombres tan poéticos como “Castillo rojo” o “Dragón Azul Marino”).

El cuarto portaaviones, el Hiryu, había pasado desapercibido a los bombarderos americanos y por eso se salvó. Lanzó entonces sus aviones contra la flota americana y consiguió hundir al portaaviones americano Yorktown.


El Yorktown bajo el ataque de la aviación japonesa.

El mismo portaaviones en llamas.

Pero a la que los aviones americanos regresaron a sus portaaviones, se rearmaron y despegaron de nuevo, el superviviente japonés fue localizado y alcanzado por múltiples impactos. También se hundió.

Tras semejante desastre los japoneses trataron de jugar una última carta "lanzándose a la carga" con los acorazados y cruceros que les quedaban con la esperanza de encontrarse de noche con los portaaviones americanos y hundirlos a cañonazos. No lo consiguieron, aunque sí llegaron a Midway, y bombardearon. Consideraron la posibilidad de desembarcar las tropas a pesar de su derrota naval, pero finalmente decidieron retirarse. En el camino de vuelta uno de sus cruceros fue dañado y otro hundido por la aviación de los portaaviones americanos.

La batalla había terminado y Estados Unidos había conseguido rotunda una victoria: no sólo se había evitado el desembarco, si no que se habían hundido cuatro portaaviones enemigos al precio de uno sólo de los propios. Como pronto iban a contar con nuevos portaaviones recién salidos de los astilleros, por primera vez  ambos países habían quedado equiparados en cuanto a número de portaaviones. Los japoneses, por su parte, se apresuraron en reconvertir a otros barcos en portaaviones para tratar de suplir las pérdidas.

Nuevas batallas deberán decidir quien de los dos conseguirá la ventaja definitiva.

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