(Hago una pequeña pausa en la crónica de la guerra del Pacífico para hablar de otro tema)
Si Napoleón y Hilter aterrorizaron Europa fue porque el primero tenía el talento y el segundo los medios necesarios para conseguirlo, pero no son, ni mucho menos, los únicos que han tenido semejantes delirios de grandeza. Empezando por Mussolini, que aspiraba a recrear el Imperio Romano y no pasó de coleccionista de desiertos (según sus propias palabras), y acabando por Saddam Hussein, con su irresponsable afición por invadir a los vecinos, la historia está llena de megalómanos que tuvieron que contentarse con soñar en grandes conquistas que jamás se materializaron.
Hoy he leído en "La Vanguardia" un artículo de Betriz Navarro que cuenta un caso realmente singular. Leopoldo II, un rey de Bélgica del siglo XIX, planeó convertir A su país en un imperio. Se planteó invadir, según cuenta el artículo, a Creta, Cuba, Texas, Las Antillas y hasta quiso comprar Filipinas a España. Como nada de eso se llevó a cabo, se propuso invadir al único digno de su tamaño: Holanda. Gracias a Diós, pensó en pedir permiso a Francia y el emperador francés le quitó la idea de la cabeza.
Entonces el "pobrecito" Leopoldo II dirigió su atención a Africa, donde creó la colonia conocida como Congo Belga.
Tenía claro es que todo aquello lo hacía por él mismo y no por Bélgica, de hecho, acabó con un documento que acreditaba que el Congo era una propiedad personalmente suya y no de su país. A los congoleños los convirtió en esclavos para sus plantaciones de caucho y su forma de expoliar la colonia acabó costándole la vida a diez millones de personas.
Los que pretenden ser emperadores son siempre un peligro, por muy patéticos que sean los recursos a su alcance. Desde luego, a este cara de mala persona no le falta:
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